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El humanismo no se predica, se practica

El humanismo no se predica, se practica

Por Andrea Serna Hernández

En un país donde por décadas se gobernó de espaldas al pueblo, hablar de Humanismo Mexicano no puede ser solo una consigna. Tiene que ser compromiso, acción y transformación. Porque no basta con nombrar el humanismo, hay que ejercerlo. Y eso es lo que hemos empezado a construir desde que una visión de izquierda, profundamente social, llegó a la presidencia de México.

¿De qué hablamos cuando hablamos de transformación? De una ruptura con el viejo modelo neoliberal que redujo al Estado a un mero administrador de intereses privados. De un país que por fin reconoce que no puede haber desarrollo sin justicia social. Que entiende que la riqueza de una nación no se mide solo en cifras macroeconómicas, sino en el bienestar real de su gente, especialmente de quienes históricamente han sido ignoradas, ignorados, explotadas, explotados o violentadas y violentados.

Como lo expresó en su momento el expresidente López Obrador, ahora nuestra presidentA: no se puede hablar de prosperidad si solo una minoría prospera. Y tienen razón. Porque hay millones de personas —pueblos indígenas, mujeres, personas con discapacidad, personas cuidadoras, juventudes, diversidades sexuales— que no pedían privilegios, solo justicia. Solo un piso mínimo de dignidad. Eso, y nada menos, es lo que debe garantizar el Estado.

El Humanismo Mexicano, como bien lo pensó Carlos Monsiváis, no es una idea abstracta, sino una práctica política concreta. Lo vemos en los programas sociales que hoy son referencia nacional, como en Michoacán los programas Familias Cuidadoras de Niñas y Niños con Cáncer o Mujeres con Cáncer de Mama y/o Cervicouterino Invasor. Son políticas que cuidan a quienes cuidan. Eso es humanismo.

Y lo decimos con orgullo: hay miles de mujeres y familias que hoy se reconocen como parte de esos programas. Que los sienten suyos. Que los defienden porque han transformado su vida. Frente a los discursos conservadores que intentan ridiculizar o minimizar estos apoyos, la respuesta es clara: no son dádivas, son derechos. Y sí sirven. Sirven para que una madre o padre encuentre un alivio económico para el proceso de recuperación de su hijo o hija enferma. Sirven para que una mujer con cáncer no elija entre comer o ir a tratamiento. Sirven para vivir.

Hablar de Humanismo Mexicano también es hablar del México profundo del que hablaba Guillermo Bonfil Batalla. Ese México indígena, campesino, comunitario, que ha sido sistemáticamente desplazado por un proyecto de país que lo llamó “atrasado” mientras lo despojaba. Hoy, ese México está volviendo al centro. Y lo hace con dignidad, con identidad, con resistencia. Porque el verdadero humanismo no homogeniza: reconoce y celebra la diversidad.

Desde la Secretaría del Bienestar del Estado de Michoacán lo sabemos: el servicio público es un puente. Y el puente no es neutral. O une, o excluye. Por eso hemos apostado por políticas que construyen comunidad, que acercan el Estado a las personas, que dignifican en lugar de administrar el dolor. Porque el bienestar no puede ser privilegio de unas cuantas personas. Tiene que ser derecho para todas, todos y todes.

El Humanismo Mexicano es eso: poner el cuerpo, los recursos y la palabra al servicio de quienes más han sido vulneradas. No como un favor, sino como una obligación ética y política. Porque la dignidad, como lo decimos siempre, no se negocia.

Hoy, frente a quienes quieren que todo siga igual, respondemos con organización, con comunidad y con humanidad. Porque sabemos que otro país ya está naciendo. Y que si el humanismo no se siente en la vida de las personas, entonces no es humanismo. Es solo discurso.

Y con la vida de la gente, no se juega.

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