Más Bienestar, menos desigualdad; de las cifras a la dignidad
Por Andrea Serna Hernández
En México, la pobreza ha sido, por décadas, un tema que incomoda a los gobiernos conservadores. Desde la derecha se ha visto como una realidad inevitable, algo que podía mitigarse con “ayudas” puntuales, pero sin modificar las estructuras que la generan. La transformación, en cambio, la entiende como el resultado de desigualdades históricas que es necesario corregir desde la raíz. Durante mucho tiempo, esa visión conservadora predominó en la política social: programas limitados, condicionados y, con frecuencia, utilizados como herramienta electoral.
Por eso la cifra que hoy pone sobre la mesa la presidenta Claudia Sheinbaum es tan relevante: en 2018, 51.9 millones de mexicanas y mexicanos vivían en pobreza; en 2024, la cifra se redujo a 38.5 millones. Hablamos de 13.4 millones de personas que dejaron atrás esa condición, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).
Sheinbaum no esconde la raíz de este cambio: es resultado de una política social que inició Andrés Manuel López Obrador con la Cuarta Transformación y que ella continúa. Un rediseño que dejó atrás el asistencialismo para reconocer los apoyos sociales como derechos constitucionales. No más despensas de campaña ni frijol con gorgojo; hoy, el Estado dirige recursos directamente a mujeres, personas adultas mayores, cuidadoras y cuidadores, niñas, niños y juventudes, sectores que durante décadas estuvieron invisibles para el presupuesto.
Este enfoque del humanismo mexicano, parte de una premisa sencilla pero pionera: no puede haber gobierno rico con pueblo pobre. Y lo traduce en política pública, con la redistribución de recursos y la lucha contra la corrupción que antes drenaba los programas sociales antes de llegar a quienes más lo necesitaban.
Para la derecha, estas cifras serán siempre discutibles. Alegarán que la reducción de la pobreza es temporal, que los programas fomentan dependencia o que el gasto social compromete las finanzas. Para el Gobierno de la Cuarta Transformación, en cambio, son la prueba de que poner “primero a los pobres” no es un eslogan vacío, sino una estrategia efectiva para dignificar vidas.
Lo cierto es que las cifras están ahí. No significan que el problema esté resuelto, pero sí que el país ha roto una inercia de abandono. En política, pocos logros son tan medibles y tan visibles como sacar a millones de personas de la pobreza. Y eso, en un país donde la desigualdad ha sido casi ley natural, cambia la conversación.
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